23 oct 2010

ARISTAS ENTRE EL HUMOR Y EL ARTE


Hace un par de décadas una estupenda pieza de oro fue ganada como premio por el mejor payaso del mundo: “El Payaso de Oro”. Era un veterano artista ruso quien tras vivir dos guerras mundiales, aún tenía una atrevida como ensoñadora propuesta, “No me imagino la vida sin una sonrisa”.
Trabajaba seis horas diarias para hacer parecer fácil lo extraordinariamente difícil en insólitos e imprevisibles malabares y equilibrismos sorprendentes, alegrando a mucha gente con un mensaje que podía ser leído por cualquiera en cualquier parte del mundo. Por lo visto para hacer buen humor, hay que tomárselo muy en serio.

Podríamos parafrasear a E. Fromm cuando pregunta en “EL Arte de Amar”, si es el amor un arte, ¿Es el humor un arte? Pero, ¿es necesario el humor para el arte o el arte para el humor?
Lo último se puede contestar viendo la rutina de nuestro mejor payaso del mundo; en cuanto a si es el humor un arte, no le apostemos a una respuesta completa o definitiva; pero esta interrelación es tan actual como urgente.
Entre más el poder y el manejo político se corrompen, la necesidad de la crítica aflora porque contribuye a sanear una tensión que de otro modo pudiera tener desenlaces violentos y problemáticos, ¿es que el humor propone asumir al tiempo una distancia y una identificación con el otro, con el error o el despotismo del otro, pues también lo ve posible en uno mismo? ¿Acaso el humor empieza cuando nada de lo humano nos es ajeno?
Como sea, el humor conspira contra la tiranía del horror viniere de donde viniere, revela los cultos disfrazados a la personalidad –propia y ajena-, existe contra la amenaza de perpetuar el crimen de las violencias sin justicia y, puede llegar a ser la reacción más inmediata, importante y coherente que podemos realizar para asumir cuán esencial o urgente es superar nuestras propias –y ajenas- limitaciones o desatinos.

Por muy doloroso que sea lo vivido, al expresarlo hagámoslo con humor, decía Chaplin quien de niño aguantó hambre con su familia; tal vez porque el humor es lo único –fuera de la hipocresía y su danza de disfraces-, que en cierto momento puede crear el impulso y la idea de hacer mejor lo que pensamos, de ser mejor de lo que somos, sin espectáculos públicos y republicones de soberanos perdones o arrepentimientos.

Y sin embargo, ¿qué útil puede ser relacionar el humor con el arte en una cultura como la de nuestra ciudad, donde la imagen de los artistas y de sus creaciones se ha estereotipado para encubrir vacíos, vicios y el mal humor de la percepción y aburrimiento de otros?
O donde los políticos de turno son los que imponen sus criterios de selección para mostrarnos murales y esculturas en espacios públicos, considerados “arte”; convirtiendo esas obras en auténticos despropósitos que violan la estética de lo público como aquello que nos concierne y/o agrada a todos.
 
¿Por qué desaparecieron las fuentes de agua de casi todos los parques y glorietas y frente al IMCT  se cambió por una malograda infraestructura en forma de orinal, hoy repleta de basura y sembrada con unas palmeras tísicas?
¿Qué grado de identificación o de simple aceptación, entre la gente común, tienen los recientes murales y esculturas que ostenta nuestra ciudad?
Llenar los mejores paredones con temáticas banales, frívolas e intrascendentes mientras la vida muere delante de nuestros ojos y nos asfixian nuestros propios desperdicios, es lo propio de una cultura decadente que convida a distraerse jugando con lo que no tiene repuesto para hacer culto a la apariencia, como la mujer que se pinta bonita por fuera pero pudriéndose por dentro; guiados por una estética simplona, reduccionista hacia lo decorativo y con un mensaje de dulce veneno azul para cretinizarnos todavía más en un tiempo en que deberíamos como pueblo y cultura estar completamente despiertos, por nuestro propio bien.

¿Qué de valioso tienen éstos mensajes decorativos y abstractos de los murales en la Puerta del Sol, el intercambiador de La Flora, la carrera 27 y carrera 9 con Quebrada Seca, la calle 45 con carrera 15, por mencionar sólo algunos de los sitios mejor ubicados en la ciudad; qué inquietud han promovido entre los habitantes para los que están diseñados y quienes además pagan con sus impuestos este “arte público”?
¿No hay curadores para el arte público, o qué clase de curadores sin cura eligen este tipo de “arte”? ¿Habría quien en la Alcaldía de Bucaramanga y/o el IMCT, responda con qué criterios estéticos se eligieron estos temas, dentro de qué parámetros, tras de qué objetivo cultural o artístico?
Son preferibles los muros en blanco o en obra gris, que incitan a rayarlos y vivir la libertad de un graffiti, sin depender de los grandes medios de comunicación y, porque promueven en igualdad de dignidades la contestación, la reflexión, el cuestionamiento, la sátira, el idilio y los delirios.
Después de la desaliñada estructura de cemento del Parque de los Niños que asusta al lado de los columpios, el culmen y apoteosis de todas esas imágenes e instalaciones que nos “regalan” en las calles, resultó siendo la estrafalaria escultura del Parque Santander, que al fin y al cabo es el vivo retrato de lo que hoy es arte en el oficialismo de un país que permitió ejecutar un día el humor (¿y al arte también?), y en una región que se está dejando cambiar por una burla grotesca, el refinado sentido de lo bello y del humor pícaro y sincero de los ancestros.

Al parecer siempre ha existido un grupo de expertos y hábiles artistas que han contribuido a maquillar casi de forma impune la identidad cultural de sus regiones, sirviendo a intereses particulares de espaldas a los de las comunidades, obedeciendo a formas acomodadas y acríticas de percibir e interpretar la realidad que nos corresponde vivir.

Uno termina por no saber qué tan cerca estamos de la posibilidad de hacer arte o humor “de verdad, en serio”.
Cuando la creación artística pueda rebasar su valor comercial es cuando quizá más cerca esté de convertirse en una verdadera obra de arte; cuando como objeto o acontecimiento esté libre y despojado del carácter utilitario e instrumental del dinero y, sea o esté, más allá de encarnar un simple valor de cambio, que es adonde lo tiene la cultura del mercado mundial de mercancías. Pero lo anterior no significa nada para muchos artistas de oficio que sobreviven realizando productos iguales a cualesquier mercancía.

Sin embargo la existencia está rodeada de tantas incertidumbres y sorpresas malas y buenas, que pareciera nuestra conciencia se blinda para conservar la cordura de una integridad que a cada segundo se la juega con el azar y la brevedad de la vida.
De nuestra misma sustancia pasajera desarrollamos un delicado elixir y aprendemos a espantar el cerval miedo a la nada con carcajadas que critican los defectos o situaciones de desequilibrio e inequidad. Puede ser que estemos hablando de un ancestral y sutil mecanismo de supervivencia o de un obstinado instinto de conservación colectivo. Pero ¿qué garantiza la Vida, o quién? ¿Es probable que ese instinto pueda convertirse en un sentido y ese sentido en un arte? Las respuestas son políticas pues nadie se libera solo, sino en comunidades despiertas y fraternales.
El humor replica con la misma intensidad –por eso no es servil, ni conformista, ni víctima ni verdugo- a esa expresión vital que tienen en el poder quienes lo usufructúan u ostentan y defienden un orden político, religioso, militar, económico, social y cultural, que tantas veces se irresponsabiliza de los efectos que provoca y que casi siempre se impone a una mayoría de la sociedad, para sostener los privilegios de unos pocos individuos.

En cierta forma, el humor para el arte ¿no es esa capacidad del bufón de cuestionar en la cara a su Rey, de igual a igual, como ahora se hace a los gobiernos en las democracias reales?

Por otro lado, si la capacidad de aplicar el humor hacia uno mismo –desde luego que no sea para autoproclamarme Rey-, puede volverse un arte, se requiere el esfuerzo y la crítica con conocimiento.
No sería la primera vez que en el desarrollo del arte, los artistas y las aristas, quienes en su expresión y talento se van cualificando, de repente son comprados por los que deciden a su antojo y acomodo –incluso en el ejercicio pleno de la degeneración y corrupción del poder-, qué es el bien o interés público y con qué clase de arte se deben acompañar –o asustar- en los espacios –y el tiempo- que supuestamente deberían ser para todos.

Rainier Céspedes Ramírez
Bucaramanga, Octubre de 2.010

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Del todo no puedo estar de acuerdo con este artìculo. Si bien el arte tiene unos pre-requisitos para ostentar tal dignificaciòn, no se puede olvidar que el arte florecio al comercio desde el momento del desmonte de las monarquias, cuando los condes, duques y marqueses perdieron su dote econòmica como parte de la nobleza y avasallaron el mundo con sus propiedades artìsticas (partituras, pinturas, esculturas, grabados, otras expresiones)obtenidas durante siglos de explotaciòn disfrazada de mecenazgo.

Desde esta òptica, el arte ha sido y serà un objeto mercantil y su validez depende de un proceso historico y de una curadurìa que poco a poco ha reemplazado a los nobles.

Anónimo dijo...

Muy de acuerdo con este artículo, la ciudad se llena de ¨obras¨ que afean la ciudad, carentes de toda estética y significado y me consta que son costosos favores y prevendas que se realizan en la alcaldía de nuestra ciudad, no está mal cobrar por el arte,de hecho un cuadro de botero vale loque uno no se puede imaginar, pero estos esperpentos que afean la ciudad son un robo a los ciudadanos además de ¨desculturizar¨ a los habitantes haciéndoles creer que es arte.